Reivindicamos la españolidad de los comerciantes y corsarios de Menorca que emprendieron las "travesías más insospechadas" sin más ayuda que la brújula, el sextante, un reloj y la corredera.
En anterior ocasión glosamos a marinos célebres de Mallorca e Ibiza. Quedaba Menorca, que no tiene nada que envidiar al respecto. En la revista “Hidalguía” (año 2001) se recogía un acertado artículo sobre este tema, especificando que ya la Carta Encíclica del Obispo Severo mencionaba la importancia de Menorca para la actividad marítimo-comercial entre el norte de África y España.
Se afirma en el texto que la vida de nuestros marinos no podía sino calificarse de heroica, desarrollada con barcos de porte medio o incluso pequeño (de entre 100 y 200 toneladas, en ocasiones de menos de 50), sin más ayuda a la navegación que la brújula, el sextante, un reloj y la corredera, “emprendiendo a pesar de ello las travesías más insospechadas”. Si con la dominación inglesa creció la actividad mercante, con la recuperación de Menorca para la Corona española se llega al mayor apogeo de la actividad naval menorquina, cuando en 1782 España firma tratados de colaboración y comercio con Argel, Túnez y Turquía.
Eusebio Lafuente en su libro "El Dr. Orfila y su época" (1787-1853) describía a estos marinos como "mitad marinos, mitad comerciantes, activos, inteligentes, tenaces y honrados y que arriesgan sus vidas en la mar. Como buenos paquetes de duros españoles (...) navegan hasta Rusia para cargar trigo que luego venden a buen precio en el Levante español. Van a Berbería a por cereales y con frecuencia a Italia y Francia. De los países bálticos traen madera y empiezan a tantear los viales a América de donde traen los famosos "coloniales". Por supuesto comercian además con las demás islas Baleares y con la península. Los nombres de estas familias aparecen en los documentos de la época: Goñalons, Tudury, Victory, Vanrell, Netto, Riudavets, Escudero, Moysi, Cardona, Carreras, etc."
También en la actividad del Corso destacaron nuestros marinos menorquines, sirviendo al Rey de España (también al inglés durante su dominación), siendo el primero de ellos don Pedro José Tudurí con el jabeque “Es Gall”, embarcación de 31 toneladas, tripulado por 37 de marinería, portador de 2 cañones de hierro. Destacó también el capitán don Juan Victory, con su llaud “San Fernando y San Antonio” con 26 hombres, de escasas 6 toneladas y montando una humilde pieza de a 2. También el corsario Miquel Soliveras, de Ciudadela, o Francisco Maspoch con su jabeque “San Antonio de Padua”.
Quede constancia de la gallardía de estos marinos menorquines y su clara españolidad. Algún político menorquín pancatalanista negaba incluso el concepto “Balear”; “somos catalanes”, apuntaba sin rubor. Todo cuanto he transcrito deslegitima lo que afirma. Si bien el sentimiento en Baleares es esencialmente insular (Mallorca, Menorca, Ibiza, Formentera), no es menos cierto que existe una conciencia clara de que geográfica y administrativamente somos un archipiélago, el Balear. No en vano nuestras aguas colindantes se llaman “Mar Balear”. Valga como ejemplo de ello también que, sabiendo del cariño con el que se le pone el nombre a un barco, el marino menorquín Juan Vanrell le puso a su embarcación de clase Mística el nombre de "Balear". Y en la isla capitalina el Consell de Mallorca restauró el llaúd de vela latina del mismo nombre, “la Balear”, declarado en su día BIC (bien de interés cultural).
Honor y gloria a nuestros marinos , de Menorca en este caso. De Baleares. De España.
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